Por: Edgardo Rodríguez
Que equivocado estaba Francis Fukuyama cuando se produjo la estrepitosa caída de la Unión Soviética y debido a ese atípico fenómeno histórico predijo el fin de la historia, sus tesis en el año 1992 era que “la Historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría”. La ideología sigue viva, teniendo influencia en las sociedades y en especial en la lucha política, que es la batalla infinita por el control del poder. Lo que si es cierto es que la ideología ya no tiene la fuerza organizadora y movilizadora de hace treinta o cuarenta años atrás, pero su vigencia continua y en algunas coyunturas o momentos muy vibrante.
En los últimos veinte años se viene produciendo un intenso debate entre dos posturas, dos concepciones sobre el papel del Estado en la sociedad, discusión que no es nueva, es más vieja que el polvo. Lo distinto son los adjetivos que se le ponen a las ideas. En varios países de Europa, y en toda América, se produce una fuerte lucha ideológica, por un lado están los neo estatista de izquierda, que en el caso de España la abandera el partido Podemos y en Grecia la coalición de izquierda llamada Syriza, solo para citar algunos ejemplos. Su respuesta, en términos económicos, es quitarles a los ricos, una parte de su ganancia, para supuestamente distribuirla a los más pobres, además, su régimen político se desliza hacia posturas autoritarias, especialmente en Latinoamérica, donde existe una larga tradición de caudillismo y autoritarismo, ambos hermanos gemelos.
Por el otro lado, está la derecha o centro derecha, con una visión variopinta, pero que al final termina en el Neoliberalismo, o sea, el Estado no debe intervenir en la economía, es un simple árbitro, los pobres son pobres por haraganes y deben ver cómo se las arreglan solos, se aplican programas de alivio pero son simples paliativos, no soluciones permanentes a la pobreza. Y en el ámbito político la democracia liberal formal es su régimen.
El problema es que ambas posturas ideológicas, como sucedió en el pasado entre Comunismo y Capitalismo, tienen graves problemas de aplicación porque las dos son extremistas, excluyentes, y lo peor, en muchos países no han dado resultados óptimos, vale decir, no han contribuido a resolver los grandes problemas económicos de las sociedades contemporáneas, especialmente en América Latina, que lejos de avanzar retrocede. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder se impulsa el llamado Socialismo del Siglo XXI, que ha sido un fracaso, sin embargo, hay que reconocer que genera entusiasmo entre las masas empobrecidas, que ilusoriamente los ven como “mesías”, que por arte de magia y Constituyentes los sacaran de la miseria material y mental.
Es por lo antes señalado, que en varios países como España, Chile, México, entre otros, se debate en la centro derecha, o si usted quiere llamarlos, sectores pro democracia, una alternativa viable e intermedia, que frene la ola izquierdizante que se pasea en el continente. Pero ello implica revisar las cosas malas del modelo Neoliberal, especialmente la preminencia que este les brinda a los grandes empresarios y a los terratenientes, en detrimento de las grandes mayorías que viven en precarias condiciones. Las nuevas ideas plantean que se debe mantener la libertad de empresa, la democracia y sus pilares para el funcionamiento del sistema político, sin embargo, debe otorgarse mayor atención y recursos estatales a todo el ámbito social, especialmente salud, educación, recreación, cultura, servicios básicos, vivienda, alimentación y generación de empleo masivo estable, no más programas asistencialistas inútiles.
No se puede, ni debe, luchar contra las ideas socialistas autoritarias sin presentar una alternativa viable, justa y humana. Y esa alternativa ya no es el Neoliberalismo a ultranza, se debe producir un cambio de paradigma hacia un Estado Social, que respetando las reglas del capitalismo de libre mercado, no monopólico ni salvaje, se dedique a solucionar, no a palear, las grandes e históricas necesidades de las mayorías. Si no se comprende esto y si se sigue insistiendo en una ideología fracasada, habrá izquierda radical para rato.